Capítulo 2 | El ejemplo de la abeja

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¿Has tenido la oportunidad de estudiar o de observar la vida de las abejas? Es admirable cómo viven y trabajan. Su instinto las lleva a trabajar casi sin cesar, con una perseverancia, una diligencia y una productividad que asombran al más indiferente. La vida de la abeja es corta: no pasa los cincuenta días. Y durante ese tiempo alcanza a producir unos 25 gramos de miel. Para llenar el recipiente de un litro de miel en un día, ¿podemos imaginar cuántas abejas se requieren? Se afirma que para producir apenas medio litro de miel, las abejas hacen 2,700,000 viajes de flor en flor, y recorren 8,000,000 de kilómetros.

Frente a estos datos, cuán llamativo resulta encontrar junto a la noble abeja la presencia del zángano, el insecto macho que no produce miel, que no se gasta trabajando, y que es un símbolo del hombre holgazán que vive del trabajo ajeno. ¡Qué contraste entre la abeja y el zángano! Y este mismo tipo de contraste, ¿no se advierte también entre los seres humanos?

Mientras abundan las personas laboriosas, que atienden con responsabilidad su trabajo diario, están los otros, los que se creen «listos», los tristes vividores, que sistemáticamente rehuyen todo trabajo que demande algún esfuerzo. Los primeros luchan y traspiran, en tanto que los segundos pasan la vida esquivando toda responsabilidad. Así está dividida la sociedad: unos empujando el carro, y otros siendo llevados por él.

Pero como sucede en el mundo de las abejas, quienes se mueven constructivamente destilan la miel de sus buenas acciones, y con ellas endulzan la vida ajena y labran el bienestar propio. Son como las abejas: se mueven con empeño y laboriosidad. ¿Y qué diremos de los otros? Sí, podrán llevar una vida más liviana, aparentemente más placentera, pero en el fondo sintiéndose inútiles y fracasados.

Cuánto más progreso y felicidad tendría la gente, si no existieran los flojos y los holgazanes, y si los que son realmente activos se ocuparan en hacer sólo lo bueno. El rey Salomón declara que ‘dulce es el sueño del trabajador». Pero no sólo descansa mejor por la noche, sino que además durante el día disfruta de un espíritu tranquilo y satisfecho. Y al que tiene alma de zángano, el mismo autor bíblico le dice: «Vé a la hormiga, oh perezoso, mira sus caminos, y sé sabio» (Proverbios 6: 6).

Dios bendice a quienes son diligentes en el cumplimiento de su deber, y a quienes no colocan injustamente sus responsabilidades sobre otros. Dentro de nuestra respectiva esfera de acción, todos tenemos una determinada función que cumplir, a la cual no podemos renunciar sin crear malestar en los demás. El padre, la madre, el hijo, el estudiante, el obrero, el empleado, el profesional, el empresario, todos gozamos mucho más de la vida cuando ponemos el hombro y realizamos con eficiencia nuestros trabajos cotidianos.

Dios, el Trabajador por excelencia, nos asigna cada día una cuota de actividades y tareas que es nuestro privilegio realizar con alegría. Además, él mismo nos da las fuerzas y el estimulo para vivir de esta manera. ¡Muchas gracias por tu noble ejemplo, abejita laboriosa!

El ocio y el trabajo

El hierro de un bella arado,
después de largo reposo,
se hallaba muy empañado,
cuando vió pasar, lustroso,
a su hermano, que orgulloso
venía de la faena.

Entonces con mucha pena
le dijo: «Hermano querido,
¿quién te ha puesto tan pulido,
tan hermoso, tan brillante;
quién ese lustre te ha impreso,
mientras que yo me hallo herido
por este ferrumbre espeso
que me hace estar cabizbajo?»
Y en tono limpio y sencillo,
contestó el otro: ¡Este brillo
lo adquirí en el trabajo!»

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