Capítulo 4 | La oveja quebrada

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Veamos ahora el caso particular de una oveja, cuya presencia deseamos destacar en nuestro «zoológico». El turista se encontraba de visita en una zona rural de Suiza. Mientras observaba las bellezas de la región, pasó frente a él un pequeño rebaño de ovejas encabezadas por su pastor. Y al forastero le llamó la atención que una de las ovejas tuviese quebrada una de sus patas. Acercándose entonces al pastor, le comentó el hecho. Y éste le respondió: «Sí señor, ya lo sé. Por extraño que parezca, yo mismo le quebré la pata. De todas mis ovejas, ésta era siempre la más atrasada. Nunca me obedecía. Así que tuve que quebrarle la pierna para que aprendiera a depender de mí. Cuando se sane, éste será el animal modelo del rebaño. Entretanto, está aprendiendo a obedecer por medio del sufrimiento».

La experiencia de esta oveja nos lleva observar el comportamiento de los seres humanos. Como ocurrió con el animal, ¿no suele acaso el dolor físico o moral convertirse en una escuela efectiva para la vida del hombre? Sí, en la escuela del dolor podemos aprender lecciones que no seríamos capaces de aprender en circunstancias más favorables. Las adversidades, las angustias, las pruebas y aun la enfermedad pueden tornarse, bajo la dirección del Altísimo, en beneficios permanentes para la vida. No es que Dios nos provoca el sufrimiento, pero sí lo permite como nuestro divino Pastor para pulirnos y ennoblecer nuestro carácter.

La felicidad que tanto anhelamos poseer, muchas veces va precedida de dolor. Y si somos buenos alumnos en esta escuela de la adversidad, allí descubrimos por fin la mano bondadosa de Dios y la fuente del gozo perdurable. Como lo decía William James: «Las más fructíferas experiencias espirituales tienen un común denominador de sufrimiento y desesperanza. Esta condición debe presentarse antes de que la persona esté dispuesta a aceptar Ia medicina y la enseñanza de Dios».

La vida del antiguo patriarca Job es muy ilustrativa al respecto. El sufrió toda clase de pruebas. Perdió todo lo que tenía, aun su misma salud. Incluso su esposa y sus amigos más allegados le hicieron más pesada la carga, debido a la incomprensión con que lo trataron. Sin embargo, desposeído, afligido y consumido como estaba, no desmayó en ningún momento. La prueba lo acercó más a Dios. Y si antes había sido un hombre bueno, tras el dolor llegó a ser un hombre mejor. Finalmente, llegó a tener el doble de lo que había tenido en un principio (Job 42: 10).

Si usted estuviera atravesando un momento especial de quebranto y de dolor -como tantas veces ocurre-, y ha pensado que Dios lo tenía abandonado, ¿no le agradaría recordar ahora que el Todopoderoso está a su lado, y que él puede acrisolar su alma en medio de los peores infortunios? La oveja de nuestro relato inicial ilustra acabadamente esta verdad. No estarnos solos en la hora del dolor. Cada vez que sufrimos, Dios fortalece nuestro ánimo y nos eleva con su paternal compañía.

 

¡Purifícame!

¡Purifícame Señor!
en el crisol de Ia prueba,
pero no dejes, ¡oh Dios!
que me consuma en ella
Destruye en todo mi ser
cada residuo de escoria,
hasta ser diáfano y puro
como la luz de la aurora.

Y cuando mi transparencia
semeje aI fino cristal,
tu Santo Espíritu entonces
me guíe cual capitán
por los mares de lo vida
hasta que llegue a tu hogar

– Delfín S. Lara

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