Después de avanzar casi un metro con semejante carga, llegó a una especie de grieta, estrecha pero profunda, formada entre dos grandes piedras. Probó cruzar de una manera y de otra, pero todo su esfuerzo fue inútil. Hasta que por fin la hormiga hizo lo insólito.
La guerra contra nosotros mismos es la batalla más grande que jamás se haya reñido. El rendirse a sí mismo, entregando todo a la voluntad de Dios, requiere una lucha; mas para que el alma sea renovada en santidad, debe someterse antes a Dios.
La maestra estaba fuera del aula. Jorge se sentó a jugar con su lápiz roto en el pupitre. El lápiz no se había partido por accidente. Él lo había partido deliberadamente para tener dos pedazos que tirar a los otros muchachos del aula. Él no era el único que lo hacía. La mayoría de los otros habían estado haciendo lo mismo. Pero ayer la maestra había tratado de detener ese proceder.
Antes de la Reforma hubo tiempos en que no existieron sino muy pocos ejemplares de la Biblia; pero Dios no había permitido que su Palabra fuese destruída completamente. Sus verdades no habían de quedar ocultas para siempre. Le era tan fácil quitar las cadenas a las palabras de vida como abrir las puertas de las cárceles y quitar los cerrojos a las puertas de hierro para poner en libertad a sus siervos. En los diferentes países de Europa hubo hombres que se sintieron impulsados por el Espíritu de Dios a buscar la verdad como un tesoro escondido, y que, siendo guiados providencialmente hacia las Santas Escrituras, estudiaron las sagradas páginas con el más profundo interés. Deseaban adquirir la luz a cualquier costo.
Aunque sumida la tierra en tinieblas durante el largo período de la supremacía papal, la luz de la verdad no pudo apagarse por completo. En todas las edades hubo testigos de Dios, hombres que conservaron su fe en Cristo como único mediador entre Dios y los hombres, que reconocían la Biblia como única regla de su vida y santificaban el verdadero día de reposo. Nunca sabrá la posteridad cuánto debe el mundo a esos hombres. Se les marcaba como a herejes, los móviles que los inspiraban eran impugnados, su carácter difamado y sus escritos prohibidos, adulterados o mutilados. Sin embargo, permanecieron firmes, y de siglo en siglo conservaron pura su fe, como herencia sagrada para las generaciones futuras.
Veamos ahora el caso particular de una oveja, cuya presencia deseamos destacar en nuestro «zoológico». El turista se encontraba de visita en una zona rural de Suiza. Mientras observaba las bellezas de la región, pasó frente a él un pequeño rebaño de ovejas encabezadas por su pastor. Y al forastero le llamó la atención que una de las ovejas tuviese quebrada una de sus patas. Acercándose entonces al pastor, le comentó el hecho. Y éste le respondió: «Sí señor, ya lo sé. Por extraño que parezca, yo mismo le quebré la pata. De todas mis ovejas, ésta era siempre la más atrasada. Nunca me obedecía. Así que tuve que quebrarle la pierna para que aprendiera a depender de mí. Cuando se sane, éste será el animal modelo del rebaño. Entretanto, está aprendiendo a obedecer por medio del sufrimiento».
El que encubre sus transgresiones, no prosperará; mas quien las confiese y las abandone, alcanzará misericordia. Las condiciones indicadas para obtener la misericordia de Dios son sencillas, justas y razonables. El Señor no nos exige que hagamos alguna cosa penosa para obtener el perdón de nuestros pecados. No necesitamos hacer largas y cansadoras peregrinaciones, ni ejecutar duras penitencias, para encomendar nuestras almas al Dios de los cielos o para expiar nuestras transgresiones, sino que todo aquel que confiese su pecado y se aparte de él alcanzará misericordia.
Una noche los Conquistadores fueron a patinar. Laura había invitado a su amiguita Margarita para que patinara con ella. Tan pronto llegaron al gimnasio, fueron al encargado de la oficina y alquilaron dos pares de patines. Pero casi en seguida que se los pusieron, se dieron cuenta de que algo andaba mal. Una de las ruedas de uno de los patines de Margarita estaba trabada.
El apóstol Pablo, en su segunda carta a los Tesalonicenses, predijo la gran apostasía que había de resultar en el establecimiento del poder papal. Declaró, respecto al día de Cristo: Ese día no puede venir, sin que venga primero la apostasía, y sea revelado el hombre de pecado, el hijo de perdición; el cual se opone a Dios, y se ensalza sobre todo lo que se llama Dios, o que es objeto de culto; de modo que se siente en el templo de Dios, ostentando que él es Dios.
Avancemos unos pasos en nuestro recorrido por el imaginario zoológico de estas páginas. Detengámonos ahora frente a un armiño, ese animalito cuyo ambiente natural son las selvas de Asia y Europa, y que protege con singular celo su blanco pelaje.