El lápiz roto
La maestra estaba fuera del aula. Jorge se sentó a jugar con su lápiz roto en el pupitre. El lápiz no se había partido por accidente. Él lo había partido deliberadamente para tener dos pedazos que tirar a los otros muchachos del aula. Él no era el único que lo hacía. La mayoría de los otros habían estado haciendo lo mismo. Pero ayer la maestra había tratado de detener ese proceder.
“Comenzando desde hoy”. Había dicho la maestra, “cualquiera que tire a otro un lápiz roto, tendrá que escribir ciento cincuenta veces “No debo tirar lápices en la escuela”.
Jorge estaba pensando en eso. Él no quería tener que escribir tantas líneas. Pero al echar una mirada al aula, vio a Ernesto inclinado sobre un libro, y la parte trasera de su cabeza ofrecía un blanco tentador.
¡Que divertido seria tirarle el lápiz y que le cayera exactamente en el medio de la cabeza! ¡No le haría daño, y Ernesto se daría un susto!
De pronto, cedió a la tentación. “¡Prepárate Ernesto!”, gritó y le lanzó el pedazo de lápiz.
Por suerte para Ernesto, la puntería de Jorge era mala. El lápiz dio en la pared y rebotó, cayendo al lado derecho del pupitre de Donaldo.
En ese preciso momento se abrió la puerta y entró la maestra. Ella miró alrededor y descubrió el lápiz enseguida.
¿Quién tiró el lápiz?, pregunto la maestra.
¡Silencio!… Donaldo se retorció incómodo. Es de suponer que la maestra pensara que era él quien había tirado el lápiz. Jorge pensó rápido.
“Por supuesto yo sé que fui Yo quien lo tiró”, se dijo así mismo. Pero la maestra no lo sabe. Y ella nunca lo va a descubrir. Ella no me vio tirarlo, y nadie del aula se lo va a decir, además yo lo tiré una vez. ¿Por qué tendría que escribir ciento cincuenta veces eso?
“¿No es suficiente hombre el que lo tiró para confesar?”. Estaba preguntando la maestra.
Jorge dejó de pensar y se puso de pie.
— Yo lo tiré — dijo — Lo siento.
Y se dejó caer en el pupitre.
— Gracias, Jorge — dijo la maestra —. Aprecio que lo hayas dicho. Como sabes tendrás que escribir ciento cincuenta líneas. Lo harás pasado mañana. Ahora seguiremos con las clases.
Jorge no esperó hasta pasado mañana para escribir esas líneas. “Las escribí después de clases”, le dijo a su mamá esa noche. “Nunca más voy a tirar lápices”.
— Me alegra que fueras lo suficientemente valiente como para ponerte en pie — dijo la mamá –. Sin duda, eso requiere mucho valor.
— No, no es nada – contesto Jorge sonrojándose.
— Pues sí, yo creo que sí – dijo ella — y estoy orgullosa de ti.
— ¡Ay, mamá! Se burló Jorge. Pero se estaba sintiendo muy contento en su interior.
Fue por la gracia de Dios que Jorge pudo decir la verdad, aunque sabía que cuando la dijera iba a tener problemas.
Cuando tú le prometes a Dios que serás leal por su gracia, significa que prometes ser siempre honesto y leal. También quiere decir que te pondrás un blanco alto en la vida, y que serás leal a ese blanco. No vas a permitir que nada te aparte de él. Mientras practicas ser fiel en todo, la honestidad se convertirá en un hábito que siempre te acompañará.
El muchacho que trepó la montaña
—- Ese Ed está loco – le dijo Carlos a Mario mientras caminaban a la casa después clases. — Anoche estuve con él llevando las vacas al establo. Cada vez que el sendero de las vacas le daba la vuelta a una colina, el caminaba por encima de la colina”.
— Lo mismo pasó hoy – agrego Mario –. Me dijo que no iría a la casa con nosotros, que el camino que nosotros seguíamos era muy llano. Él quería encontrar un camino con más colinas y con más lomas. No me explicó porque querrá hacerlo.
— ¿Nunca te lo ha dicho? – pregunto Carlos –. Él quiere algún día escalar el monte Everest.
— ¿Qué? – se rió Mario. — ¡Nadie ha escalado jamás el monte Everst! Es la montaña más alta del mundo. ¿Él cree que podrá hacerlo?
Ed planeó escalar el monte Everest y cada vez que tenía una oportunidad escalaba una loma, aunque eso significara apartarlo de su camino. Y en mayo de 1953 Edmond Hillary subió el monte Everest y llegó a su cúspide, siendo el primer hombre en hacerlo. Ed se había puesto el blanco más alto que podía pensar y fue leal a ese blanco. ¡Lo alcanzó!
¿Qué blanco te has puesto en tu vida?
Leonardo escuchaba el comentario de otros muchachos cuando les entregaron las calificaciones de la escuela. “Tres C y una B”. dijo uno. “No está mal, pero me voy a proponer tres B y una C”. “Yo recibí una A y el resto son B y C”, dijo otro “Creo que trataré de subir esas C hasta B” .
Leonardo solo sonreía. Sus calificaciones eran todas A. Él me dijo que nunca se había propuesto alcanzar B. Siempre se proponía alcanzar A en todas sus calificaciones. ¡y las obtenía! En su enseñanza primaria y secundaria y también en la universitaria, sus calificaciones eran monótonamente las mismas: A, A y más A. ¡Sólo una vez en diez años cogió una B!
Todo el mundo piensa que el apóstol Pablo era un gran hombre. Por supuesto, era de esperarse que tuviera un blanco alto. ¡Por cierto que lo tenía!
Cuando él escribió a los miembros de la iglesia de Filipos, les dijo cual era su blanco. “Prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús” (Filipenses 3:14). Pablo no tenía muchos blancos diferentes. Tenía uno solo. Él dijo: “Esto hago”. Pablo siempre fue fiel a su blanco.
Pocos días antes de que le cortaran la cabeza escribió una carta desde su oscuro calabozo a su amigo Timoteo: “He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe. Por lo demás, me esta guardada la corona de justicia, la cual me dará el señor, juez justo, en aquel día y no sólo a mí, sino también a todos los que aman su venida”. (2 Timoteo 4: 7, 8).
Jesús tiene para ti una corona de justicia que espera darte cuando alcances tu blanco. Ponte un blanco alto – deja que Jesús lo ponga por ti – y por la gracia de Dios, lo vas a alcanzar. Este viejo mundo necesita muchachos y niñas que sean leales, no importa lo que pase. Elena de White escribió lo siguiente:
“La mayor necesidad del mundo es la de hombres que no se vendan ni se compren; hombres que sean sinceros y honrados en lo más íntimo de sus almas, hombres que no teman dar al pecado el nombre que le corresponde, hombres cuya conciencia sea tan leal al deber como la brújula al polo, hombres que se mantengan de parte de la justicia, aunque se desplomen los cielos” (La Educación, pag. 54).
Fiel hasta la muerte
La tormenta de nieve llegó tan rápidamente que el pastor no tuvo tiempo de reunir a todas sus ovejas en el redil antes que muchas de ellas fueran cubiertas por la nieve.
“Mota”, su perra ovejera, estuvo toda la tarde corriendo por la montaña, buscando las ovejas enterradas bajo la nieve, sacándolas y llevándolas al redil. La noche llegó antes que pudiera rescatar a la última. Luego, helada, mojada y agotada, la perra se dejó caer en la esquina del redil y sus diez cachorritos se le echaron encima a mamar.
El pastor contó las ovejas cuidadosamente. Pero ¡Faltaba un cordero! Debería estar allí, bajo la tormenta, temblando y muriéndose de frio. Le dijo a Mota, su perra, – Falta un cordero. Levántate mi amiguita y búscalo.
Mota levanto los ojos, como rogándole al pastor. ¡Sentía tanto frio y estaba tan cansada! ¿Tendría que salir otra vez?
El pastor hubiera querido decirle que podía quedarse, pero, ¿Que le pasaría al corderito si Mota, no lo rescataba?
“Mota”, le repitió más firmemente esta vez, falta un cordero, sal y búscalo”.
Obedientemente, Mota se paró, y dejando sus cachorritos, salió bajo la tormenta. Pero, ¿Por dónde iría? Había mil lugares donde podría estar el corderito. Y el viento rugía, arrastrando más nieve y cellisca sobre la montaña.
Mota buscó durante varias horas. Muchas veces el pastor se paraba en la puerta, mirando a través de la tormenta, escuchando alguna señal de su fiel perrita. Era casi medianoche cuando la oyó rasguñando en la puerta. Rápidamente la abrió. Mota había regresado, y traía al corderito.
“Muy bien, Motita”, dijo el pastor, dándole una palmadita. “Ahora, vete donde están tus cachorritos”. La noble perrita se arrastró cansada hacia sus cachorritos y el pastor atendió al corderito. Tenía que secarlo y abrigarlo cerca del fuego porque estaba helado.
Por último, cuando estuvo atendido el corderito, se acercó para atender a Mota. En el rincón encontró a los cachorritos llorando lastimosamente a su lado. ¡Allí estaba la perrita muerta sobre el piso! Había dado su vida para salvar al corderito.
Eso nos recuerda lo que Jesús hizo por nosotros, ¿No es cierto? Él vino a este frio mundo a salvarnos y fue leal a su blanco hasta que le costó la vida.
Cuando escuché lo hizo Mota, me pregunté si nosotros estaríamos listos a hacer lo mismo por nuestros amigos que están perdidos en el mundo. ¿Qué será de esos compañeros de clases que se sientan a nuestro lado todos los días en la escuela, pero no son miembros de la iglesia? ¿Estamos tratando de ayudarlos a encontrar el camino de regreso a Jesús y al redil celestial? Quizás sean diferentes a nosotros, y no sea fácil ser sus amigos. Pero si somos verdaderos cristianos, haremos algo para que se salven.
Si somos leales, entonces, por la gracia de Dios, lo intentaremos.
La enseñanza cristiana de estas historias es que debemos vivir con honestidad y valentía, fijarnos metas altas y perseverar en la fe. Además, como Mota, estamos llamados a sacrificar por amor a los demás, siguiendo el ejemplo de Cristo.