Había una vez un Zoológico
Había una vez un Zoológico
Autor: Enrique Chaij
Un pequeño gran libro, que enseña valores a los pequeños a través de los hábitos y los instintos de los diferentes animales creados por Dios. Lecciones de alto valor espiritual para los niños.
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Comencemos con la visita a nuestro singular «zoológico» observando el curioso comportamiento de las cabras. A su manera, ellas tendrán algo para decirnos.
¿Has tenido la oportunidad de estudiar o de observar la vida de las abejas? Es admirable cómo viven y trabajan. Su instinto las lleva a trabajar casi sin cesar, con una perseverancia, una diligencia y una productividad que asombran al más indiferente. La vida de la abeja es corta: no pasa los cincuenta días. Y durante ese tiempo alcanza a producir unos 25 gramos de miel. Para llenar el recipiente de un litro de miel en un día, ¿podemos imaginar cuántas abejas se requieren? Se afirma que para producir apenas medio litro de miel, las abejas hacen 2,700,000 viajes de flor en flor, y recorren 8,000,000 de kilómetros.
Avancemos unos pasos en nuestro recorrido por el imaginario zoológico de estas páginas. Detengámonos ahora frente a un armiño, ese animalito cuyo ambiente natural son las selvas de Asia y Europa, y que protege con singular celo su blanco pelaje.
Veamos ahora el caso particular de una oveja, cuya presencia deseamos destacar en nuestro «zoológico». El turista se encontraba de visita en una zona rural de Suiza. Mientras observaba las bellezas de la región, pasó frente a él un pequeño rebaño de ovejas encabezadas por su pastor. Y al forastero le llamó la atención que una de las ovejas tuviese quebrada una de sus patas. Acercándose entonces al pastor, le comentó el hecho. Y éste le respondió: «Sí señor, ya lo sé. Por extraño que parezca, yo mismo le quebré la pata. De todas mis ovejas, ésta era siempre la más atrasada. Nunca me obedecía. Así que tuve que quebrarle la pierna para que aprendiera a depender de mí. Cuando se sane, éste será el animal modelo del rebaño. Entretanto, está aprendiendo a obedecer por medio del sufrimiento».
Después de avanzar casi un metro con semejante carga, llegó a una especie de grieta, estrecha pero profunda, formada entre dos grandes piedras. Probó cruzar de una manera y de otra, pero todo su esfuerzo fue inútil. Hasta que por fin la hormiga hizo lo insólito.
Dentro de nuestro «zoológico», esta vez nos encontramos en un taller de taxidermia. Y allí está de visita un hombre entendido en embalsamar animales. En una de las mesas del taller hay toda clase de animales disecados, que el dueño ha procurado mostrarlos tan reales como le fue posible. Pero el desconocido visitante concentró su atención en una lechuza. Y en seguida comenzó a criticar: «Esta lechuza no está bien disecada. La cabeza no está correctamente elevada, el cuerpo no está bien balanceado, y las plumas no están bien arregladas. ¡Si yo no pudiera disecar mejor una lechuza, abandonaría este oficio!» Pero ni bien terminó de decir estas palabras, la lechuza parpadeó y cambió de posición. ¡Era el único animal vivo en todo el taller! Cuán equivocado estuvo este hombre. Tan dispuesto a criticar y encontrar defectos, para luego terminar burlado. Y su errada actitud, ¿no se asemeja a la que adoptan muchas otras personas cuando juzgan a su prójimo? Y ante esta debilidad universal brota la reflexión: Con cuánta facilidad podemos señalar en los demás sus posibles defectos – quizá más imaginarios que reales -, mientras pasamos por alto los nuestros que tal vez sean peores. A veces, tras […]