El Camino a Cristo
El Camino a Cristo
Autor: Elena G. de White
Esta obra no necesita recomendación. Un cuidadoso examen de su contenido demostrará que la persona que la escribió conocía al gran Maestro de amor. A la copiosa espiritualidad y los sanos consejos esparcidos en sus páginas, se debe la gran aceptación que encuentra siempre en todas partes. Cuando se la ha leído una vez, se la lee de nuevo y se la estudia como una guía en el camino de la salvación.
En sus páginas, se nos presenta la noble figura de Jesús, no como un personaje muerto de la historia antigua, sino como el Cristo viviente, que sigue realizando milagros, transformando la vida de todos aquellos que le invocan con fe.
La Naturaleza y la revelación a una dan testimonio del amor de Dios. Nuestro Padre Celestial es la fuente de vida, sabiduría y gozo. Mirad las maravillas y bellezas de la naturaleza.
El hombre estaba dotado originalmente de facultades nobles y de un entendimiento bien equilibrado. Era perfecto y estaba en armonía con Dios. Sus pensamientos eran puros, sus designios santos. Pero por la desobediencia, sus facultades se pervirtieron y el egoísmo reemplazó el amor.
¿Como se justificará el hombre con Dios? ¿Cómo se hará justo el pecador? Sólo por intermedio de Cristo podemos ser puestos en armonía con Dios y con la santidad; pero ¿cómo debemos ir a Cristo? Muchos formulan hoy la misma pregunta que hizo la multitud el día de Pentecostés, cuando, convencida de pecado, exclamó: ¿Qué haremos?
El que encubre sus transgresiones, no prosperará; mas quien las confiese y las abandone, alcanzará misericordia. Las condiciones indicadas para obtener la misericordia de Dios son sencillas, justas y razonables. El Señor no nos exige que hagamos alguna cosa penosa para obtener el perdón de nuestros pecados. No necesitamos hacer largas y cansadoras peregrinaciones, ni ejecutar duras penitencias, para encomendar nuestras almas al Dios de los cielos o para expiar nuestras transgresiones, sino que todo aquel que confiese su pecado y se aparte de él alcanzará misericordia.
La guerra contra nosotros mismos es la batalla más grande que jamás se haya reñido. El rendirse a sí mismo, entregando todo a la voluntad de Dios, requiere una lucha; mas para que el alma sea renovada en santidad, debe someterse antes a Dios.
A medida que vuestra conciencia ha sido vivificada por el Espíritu Santo, habéis visto algo de la perversidad del pecado, de su poder, su culpa, su miseria; y lo miráis con aborrecimiento. Sentís que el pecado os separó de Dios y que estáis bajo la servidumbre del poder del mal. Cuanto más lucháis por escaparos, tanto mejor comprendéis vuestra falta de fuerza. Vuestros motivos son impuros; vuestro corazón, corrompido.
“Si alguno está en Cristo, es una nueva criatura; las cosas viejas pasaron ya, he aquí que todo se ha hecho nuevo.”1 Es posible que una persona no sepa indicar el momento y lugar exactos de su conversión, o que no pueda tal vez señalar el encadenamiento de circunstancias que la llevaron a ese momento; pero esto no prueba que no se haya convertido. Cristo dijo a Nicodemo: “El viento de donde quiere sopla; y oyes su sonido, mas no sabes de donde viene, ni a donde va: así es todo aquel que es nacido del Espíritu.”2 Como el viento es invisible y, sin embargo, se ven y se sienten claramente sus efectos, así también obra el Espíritu de Dios en el corazón humano. El poder regenerador, que ningún ojo humano puede ver, engendra una vida nueva en el alma; crea un nuevo ser conforme a la imagen de Dios. Aunque la obra del Espíritu es silenciosa e imperceptible, sus efectos son manifiestos. Cuando el corazón ha sido renovado por el Espíritu de Dios, el hecho se revela en la vida. Si bien no podemos hacer cosa alguna para cambiar nuestro corazón, ni para ponernos en armonía con Dios; si […]