Capítulo 3 | Seré Puro

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Si no fuera por el hecho de que Roberto es mi amigo, yo no creería este relato. Pero conozco bien a Roberto. Él es uno de los que dibujaban las ilustraciones de la revista para los menores, en inglés.

Roberto es un hombre honesto. De pequeño asistia a un colegio adventista, en un pueblecito de los Estados Unidos. El pueblo en que vivía era pequeño, pero tenía una línea de ferrocarril, y de vez en cuando pasaba por allí un tren. Roberto me contó que una tarde, el y unos amigos vieron a una locomotora que estaba dando resoplidos en un ramal y fueron a mirar (era la época en que los trenes se movían a vapor).

El maquinista vio a los muchachos y se les acerco para conversar con ellos. Los muchachos le hicieron muchas preguntas que el maquinista trato de contestar lo mejor que pudo. Ellos estaban muy impresionados por la tremenda fuerza y energía de esa gran máquina.

—Supongo —- dijo uno de ellos — que cuando su locomotora quiere andar hacia adelante, todo lo demás se tiene que quitar del camino para darle paso.

—- Si, más o menos — respondió el maquinista. Entonces sus ojos brillaron.

— Pero hay algo que no puedo quitar del medio.

— OH — dijo Roberto –. ¿Quiere decir algo así como un camión lleno de ladrillos parados sobre la línea?

— Todo lo contrario — replico el maquinista –. Es algo que tengo aquí en mi bolsillo.

— ¿Que? — respondieron los muchachos —. ¡Imposible!

El maquinista saco del bolsillo unas cuantas monedas. Escogió dos moneditas de un centavo y metió el resto en su bolsillo. Luego dijo:

—- Estas moneditas son suficientes para impedir que el tren avance.

— ¡Usted se está burlando de nosotros! — dijo Raúl.

—Por cierto, que no — dijo el maquinista.

— Demuéstrenos que lo que dice es verdad – dijeron los muchachos.

El maquinista se arrodillo, colocó los centavos sobre los rieles, bien cerca de las ruedas, luego salto a la cabina. Abrió la válvula. Salió el vapor de los cilindros y una oleada de humo negro de las chimeneas. Toda la maquina vibro llena de vida y energía.

Pero las ruedas quedaron inmóviles, demasiado débiles para salir hacia adelante sobre eso dos centavitos.

Los muchachos observaban, asombrados, mientras el maquinista se sonreía. Después cerró la válvula y se les acerco de nuevo.

— Ahora voy a mover las moneditas un cuarto de pulgada de las ruedas. Observen lo va a pasar.

Ahora, con las ruedas separadas una fracción, de pulgada la locomotora salió hacia delante y las dos moneditas quedaron aplastadas bajo su enorme peso.

Eso fue lo que Roberto me contó. Quizás a ti no te gusten los predicadores que dejan la moraleja de la historia para el final, así que mejor dejo que tú mismo saques la lección. ¿Cuál será la lección? ¿Quizás que las cosas pequeñas pueden impedirnos llegar al cielo? ¿Quizás que es más difícil dejar un mal habito una vez adquirido, de lo que es impedir que se forme? ¡Me gustaría saber lo que piensas!

Será por eso que Dios nos pide que nos mantengamos puros, sin nada de maldad en nuestros corazones. Será muchísimo mejor que el muchacho que tenga peros en su vida permita que la gracia de Dios lo mantenga puro todo el tiempo.

El muchacho con un “pero” en su vida Uzías fue coronado rey cuando solo tenía 16 años de edad. Él se sentía muy joven para llevar la carga del trono. No se sentía seguro de sí mismo, así que le pidió a Dios que lo ayudara, y por la gracia de Dios, llego a hacer cosas tremendas.

Por ejemplo, invadió la tierra de los filisteos. Esa gente había molestado a Israel por cientos de años, desde los días de sansón.

Ahora Uzías invadió el país, rodeo Asdod, una de las más importantes ciudades de los filisteos y la capturo y derrumbo sus murallas. Ni David que había peleado contra los filisteos de toda su vida, había podido destruir las murallas de algunas de sus ciudades principales.

Pero Uzías conquisto a los filisteos. Peleo contra los árabes y los venció. Peleo contra los amonitas y los venció también. Hasta los amonitas le cogieron miedo. Ellos habían invadido a Israel cuando Jefte era juez. Ellos habían insultado a los mensajeros que David había enviado a su ciudad capital. Ellos no habían tenido miedo de pelear aun cuando el gran Josafat era rey. Pero con Uzías en el trono, los amonitas enviaron regalos costosos a Jerusalén sin que ni siquiera se los hubieran pedido.

La Biblia cuenta que Uzías “hizo lo recto en los ojos de Jehová, él lo prosperó” (2 crónicas 26: 4,5). Uzías llego a ser fuerte y más fuerte cada vez. Fortifico a Jerusalén, edifico nuevas torres. Él no tenía ninguna agencia espacial con científicos en electrónica que diseñaran misiles, cada vez mejores y más grandes, pero llego a tener un departamento de investigaciones en su ejército, donde “hombres expertos” inventaban maquinarias para lanzar flechas y piedras más lejos cada vez de lo que nadie había logrado jamás.

Uzías también tenía puestos o estaciones de alarma en el desierto, lejos de Jerusalén, con torres llenas de soldados, de manera que los ejércitos atacantes se descubrían mucho antes de que pudieran llegar a la capital y se podían enviar mensajeros para alertar los soldados en Jerusalén y prepararlos para el sitio. En un sentido, eran iguales que las instalaciones de radar que actualmente tienen los países para su protección.

Uzías se hizo rico mientras servía al señor después de un tiempo tenía tanto ganado que no había suficiente agua para ellos y tuvieron que cavar pozos para regar las enormes praderas que alojaban su inmenso rebaño de vacas, ovejas y cabras.

¡Qué lástima que el relato no termine aquí! En 2cronicas 26: 15 encontramos que “fue ayudado maravillosamente, hasta hacerse poderoso”. Pero cuando se hizo fuerte, “su corazón se enalteció para su ruina, porque se revelo contra Jehová su Dios”. Uzías trato de ofrecer incienso en el templo, algo que se suponía que solo los sacerdotes podían hacer. El sumo sacerdote le advirtió que no lo hiciera, pero el persistió, aun cuando ochenta sacerdotes trataron de impedir que no lo hiciera, de pronto le salió lepra y todo el cuerpo se le puso leproso hasta que murió. Su hijo tuvo que gobernar sobre el reino.

¡Qué pena que una vida tan buena fuera dañada por un “pero”!

Nunca lo permitas en tu vida.

Pero seamos realistas. Aunque tú quieras ser absolutamente puro y sin mancha, y aunque ores todos los días para que la gracia de Dios te ayude, es probablemente que peques de nuevo. Todos lo hacemos es triste decirlo. ¿Y entonces qué? ¿Hay alguna de eliminar los “peros” y de que se laven todas las manchas? ¡Si! Para eso murió Jesús, para eso él nos perdonó.

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