Avancemos unos pasos en nuestro recorrido por el imaginario «zoológico» de estas páginas. Detengámonos ahora frente a un armiño, ese animalito cuyo ambiente natural son las selvas de Asia y Europa, y que protege con singular celo su blanco pelaje.
Es increíble cómo el armiño se cuida a sí mismo para no mancharse. Especialmente en invierno, cuando su piel se torna blanquísima. Y de esta característica del armiño, los cazadores obtienen cruel ventaja. Cubren con barro la entrada de la cueva del pequeño animal. Y cuando éste llega a su vivienda, en lugar de limpiar la puerta obstruida por el barro, por no manchar su piel prefiere ponerse a luchar contra los perros de caza, ante los cuales siempre sale perdiendo. De esta manera, por mantenerse limpio, el armiño pierde la vida.
Pequeño animalito de la selva, ¡cuán grande lección enseñas! Que la pureza vale más que la vida. Si los cazadores, los curtidores y los confeccionistas que viven de tu piel aprendieran esta lección, cuánta pureza podrían desarrollar en su vida. Y si las damas que usan tu codiciada piel recordaran esta misma lección, cuán beneficiadas podrían ser.El ejemplo del armiño es una muda condena a la impureza y la inmoralidad, cuyo amargo resultado significa la ruina de incontables seres humanos.
Al comienzo de su Sermón del Monte, Jesucristo declara: «Bienaventurados los de limpio corazón, porque ellos verán a Dios». Mientras la impureza, en cualquiera de sus formas, abre la huella del dolor y la culpa tras el placer fugaz que produce, la limpieza del alma proporciona genuina alegría.
Ciertamente es bienaventurada o feliz la persona que conserva la pureza de su corazón, y que a la vez repudia toda forma de bajeza humana. Por otro lado, es imposible que un hombre o una mujer pueda ser feliz mientras manche su conciencia con una conducta libertina o carente de integridad. Y pensar que abunda la gente que se empeña en demostrar lo contrario, es decir, que «la buena vida’, es resultado de la conducta transgresora y licenciosa. Pero así les va a los tales y a quienes ellos contagian: se consumen en su propia descomposición interior.
¿Por qué manchar el corazón cuando, apartado del mal, puede garantizar paz y alegría? Salomón aconseja: «Sobre toda cosa guardada, guarda tu corazón; porque de él mana la vida» (Proverbios 4: 23). Y ese corazón, que no es otra cosa que la mente, el pensamiento, el espíritu, sólo puede conservarse puro y libre de maldad cuando Dios lo dirige y controla. Por naturaleza, la mente tiende a alojar malos pensamientos e inclinaciones carnales. Pero el poder transformador del Altísimo puede encauzar la actividad cerebral por la senda segura de la limpieza espiritual.
La próxima vez que pensemos en el armiño, ¿no renovaremos nuestro deseo de vivir con blancura interior? Tal comportamiento asegura la bendición divina y la alegría de la vida.
Una hermosa enseñanza