Pedro tenía que escaparse por un rato. Cuando uno vive en un apartamento con dos hermanitos y una hermanita, nunca se puede estar solo. Por suerte, detrás del apartamento donde vivía Pedro, había un bosquecito donde no había edificios. A Pedro le gustaba explorarlo siempre que podía. Un día encontró un espacio abierto, rodeado por arbustos que parecía que nadie conocía. Era un lugar perfecto para esconderse, leer, soñar o pensar. Así que termino sus tareas rápidamente y le pregunto a su mama si podía salir a jugar.
“Está bien” dijo la mamá, “Pero acuérdate de regresar temprano para la cena, sabes que a papá le gusta comer tan pronto llega del trabajo” Pedro no fue directamente a su lugar secreto, había demasiados niños jugando en los alrededores y él no quería que lo siguieran. Así que fue acercándose poquito a poco hasta llegar a la orilla de bosquecito. Entonces cuando se cercioro de que nadie lo estaba mirando, se escurrió entre los árboles.
Una ardilla lo vio y empezó a parlotear. Un azulejo lanzo un graznido de alerta. Pero Pedro se quedó inmóvil por unos instantes y los pájaros y animales siguieron con su trabajo acostumbrado.
“¡Ay! ¡Que fresco!” susurro, “me siento mucho mejor que con el calor de allá afuera”. Espero unos segundos hasta poder ver claramente en la sombra, luego dio una vuelta y camino a su escondite preferido.
Cuando llego al lugar, dio un suspiro de alivio: nadie lo había descubierto. Siempre tenía temor de que alguien encontrara el lugar y lo echara a perder. Pero estaba exactamente como lo había dejado la última vez, excepto, quizás que la hierba había crecido un poco más alta.
Allí se acostó y fijo la vista en un pedacito de cielo que se veía en lo alto. “¡Que alivio poder escaparme del amontonamiento de la casa! «No es que no quiera a Jaimito y a Julita la bebita, pero, sin duda es bueno no tenerlos alrededor todo el tiempo”.
Pedro metió la mano en el bolsillo y saco un pedacito de papel arrugado, pero cuidadosamente doblado. Entonces, empujando con sus talones, se deslizo hasta quedar recostado contra un enorme roble.
Hacia dos semanas que el señor Pérez, director de los Conquistadores, había visitado la División de Menores de la Escuela Sabática y había anunciado que todos los menores que todavía no eran conquistadores, estaban invitados a unirse al club.
“Eso incluye a todos los memores que acaban de cumplir diez años o han llegado al quinto grado, así como a todos los que son mayores y han llegado a este salón procedentes de otro y todavía andan por ahí, sin unirse al club. Vamos a tener una ceremonia grande de iniciación dentro de dos semanas y quiero que los nuevos miembros conozcan y comprendan el Voto y la Ley del Menor para que puedan repetirlo con el resto de los conquistadores esa noche”.
A pedro le caía bien el señor Pérez. Era sonriente y le brillaban los ojos cuando hablaba. Parecía conocerlos todos por nombre. Si no sabía el nombre de algún muchacho, le pedía que lo repitiera hasta que él se lo aprendía. Uno se sentía importante para él. También se ponía a bromear con él y se reía muchísimo.
Pero si alguno de los muchachos se portaba mal, los enderezaba enseguida, hasta los mayores. “ustedes deben pertenecer a los Conquistadores”, decía el señor Pérez. “Allí lo pasamos muy bien, montamos bicicleta, nadamos, hacemos caminatas, coleccionamos cosas, paseamos en canoa en el río y acampamos”.
Pedro salto y dio una voltereta en el aire. “¡Hurra!”, gritaba. “Apenas puedo esperar”. El ruido atemorizo a tres pajaritos medio embobados, pero a pedro no le importo. ¡Estaba emocionado! ¡Los Conquistadores le habían contado tantas cosas que hacían en las reuniones al club y en las actividades al aire libre! Y ahora él tendría la oportunidad de participar en la alegría.
“¡Excepto por esto!”. Sus dedos sintieron la hoja de papel arrugado en sus manos. Tenía que aprenderse de memoria y entender el Voto ya la Ley.
Sabía que aprender cosas de memoria no era tan malo. Lo único que tenía que hacer era leerlo y otra vez cuidadosamente y repetirlo en alta voz varias veces al día durante dos o tres días, y se lo aprendía. ¡Pero entender! ¡Eso si era difícil!
Pedro volvió a recostarse al árbol. Algunas de las partes del Voto y la Ley no parecían difíciles. Pero ese mismo comienzo “por la gracia de Dios”, ¿qué significaba eso?
“gracias” es algo que uno dice cuando se sienta a comer. Pero, ¿Dónde dice en la Biblia que clase de “gracia” dice Dios cuando va a comer?
¡Realmente, parecía tonto pensar que esa clase de “gracia” tuviera que ver con lo que uno dice antes de comer! Debía ser algo referente a lo que el pastor predicaba los sábados, cuando decía “creced en la gracia” o “que la gracia de Dios sea con vosotros”. Sea lo que fuera, Pedro quiero entenderlo mejor.
Y luego, en la Ley estaba esa expresión: “tener una mirada franca”. ¿Que querría decir eso? Seguramente no significaba que uno no podía mirar para arriba o para abajo. Nadie sería tan tonto para pensar que eso era lo que significaba. ¿Qué quería decir entonces? Pedro miro su reloj. ¡AY! ¡Casi la hora de cenar! Mejor regresaba a la casa.
Seguramente él quería entender mejor el Voto y la Ley. Dentro de dos semanas se celebraría las ceremonias de iniciación de los conquistadores y él quería sin duda unirse a ellos. Solo dos semanas….
Si tu también quieres entenderlo mejor La Ley y el Voto, de eso precisamente se trata este libro. Es un libro lleno de relatos que te ayudaran a entender lo que significa la Ley y el Voto, y mientras lo lees, espero que la gracia de Dios te ayude a ser puro, bondadoso y leal y a tener una mirada franca…. y que encuentres el sendero de la felicidad que conduce directamente a Jesús y al cielo.
La historia nos enseña que comprender profundamente las enseñanzas espirituales es clave para crecer y acercarnos a Dios. Pedro nos recuerda que no solo debemos aprender, sino también buscar el verdadero significado de nuestra fe.