La Apostasía
Según su etimología, la palabra apostasía proviene del latín «apostasĭa», que a su vez deriva del griego «ἀποστασία». Esta palabra se compone de elementos léxicos como el prefijo «ἀπο» (apo), que significa «fuera de»; la raíz «στασις» (stasis), que significa «colocar» o «poner»; el sufijo griego «sis», que denota acción; y el sufijo «ia», que indica «cualidad».
El apóstol Pablo, en su segunda carta a los Tesalonicenses, predijo la gran apostasía que resultaría en el establecimiento del poder papal. Declaró, respecto al día de Cristo: «Ese día no puede venir, sin que venga primero la apostasía, y sea revelado el hombre de pecado, el hijo de perdición; el cual se opone a Dios, y se ensalza sobre todo lo que se llama Dios, o que es objeto de culto; de modo que se siente en el templo de Dios, ostentando que él es Dios.» (2 Tesalonicenses 2:3-4, V.M.) Además, el apóstol advierte a sus hermanos que «el misterio de iniquidad está ya obrando.» (Vers. 7) Ya en aquella época veía que se introducían en la iglesia errores que prepararían el camino para el desarrollo del papado. Poco a poco, primero solapadamente y a hurtadillas, y después con más desembozo, conforme iba cobrando fuerza y dominio sobre los espíritus de los hombres, «el misterio de iniquidad» hizo progresar su obra engañosa y blasfema.
De un modo casi imperceptible, las costumbres del paganismo penetraron en la iglesia cristiana. El espíritu de avenencia y transacción fue coartado por algún tiempo por las terribles persecuciones que sufrió la iglesia bajo el régimen del paganismo. Sin embargo, una vez cesadas las persecuciones y habiendo penetrado el cristianismo en las cortes y palacios, la iglesia dejó a un lado la humilde sencillez de Cristo y sus apóstoles por la pompa y el orgullo de los sacerdotes y gobernantes paganos, y sustituyó los requerimientos de Dios por las teorías y tradiciones de los hombres.
La conversión nominal de Constantino a principios del siglo IV causó gran regocijo; y el mundo, disfrazado con capa de rectitud, se introdujo en la iglesia. Desde entonces, la obra de corrupción progresó rápidamente. El paganismo, que parecía haber sido vencido, vino a ser el vencedor. Su espíritu dominó a la iglesia. Sus doctrinas, ceremonias y supersticiones se incorporaron a la fe y al culto de los que profesaban ser discípulos de Cristo.
Esta avenencia entre el paganismo y el cristianismo dio por resultado el desarrollo del «hombre de pecado» predicho en la profecía como oponiéndose a Dios y ensalzándose a sí mismo sobre Dios. Ese gigantesco sistema de falsa religión es la obra maestra del poder de Satanás, un monumento de sus esfuerzos para sentarse en el trono y reinar sobre la tierra según su voluntad.
(EGW MHP)